Muy a menudo, por mi trabajo, me piden opinión sobre reformas e intervenciones en espacios de todo tipo. Me muestran imágenes del antes y el después para ver mi reacción y tener así una referencia profesional. En estos casos, intento siempre ser sincera y comentar los puntos fuertes y los puntos flacos del cambio. Teniendo en cuenta que lo que me muestran no es una obra profesional, de un estudio, sino lo que esas personas han hecho por su cuenta, según han podido o querido. Obviamente, respondo según mi criterio, que no es una verdad universal, pero sí un criterio informado, creado a partir de años de experiencia en el sector. Y, además, creo que eso es precisamente lo que buscan cuando me preguntan.
A veces — más veces de las que me gustaría admitir —, los cambios que veo en unos y otros proyectos se parecen mucho. Demasiado. Es como si, para casos distintos, se aplicasen las mismas recetas una y otra vez. Ya he hablado otras ocasiones del tema de las modas en el interiorismo y de cómo creo que dejarse guiar por ellas es un error. En otras palabras: demasiado a menudo el espacio estaba mejor antes de la reforma. Era más genuino. Tenía más carácter. Después de la reforma tiene un aspecto más moderno, es cierto. Pero aquello que lo hacía único ha desaparecido y la personalidad se ha esfumado.
Así que hoy quiero comentar diez prácticas que veo a menudo y que son capaces de arruinar un espacio que, en principio, queríamos mejorar. Allá vamos.
Descartarlo absolutamente todo de un espacio que vamos a intervenir es un error siempre. Los espacios tienen unos contextos. Se localizan en lugares concretos con una historia propia. No es lo mismo una casa centenaria en el campo que un apartamento del desarrollismo de los años 60. Cada uno posee características especiales que le confieren una atmósfera propia. Y si conseguimos conservar materiales (pavimentos, azulejos, sanitarios, etc.) que ya no se producen, pero que tal vez aún están en perfecto estado, podemos preservar esa personalidad sin renunciar al objetivo de la obra.
Una de las constantes de este tipo de proyectos que me muestran es que se parecen muchísimo unos a otros. Las puertas, todas con marcos prefabricados. Los suelos, todos de tarima flotante. Las paredes, todas blancas. No está mal en sí mismo, pero el mundo del interiorismo es mucho más amplio y cuando todos los proyectos confluyen en las mismas recetas es que, probablemente, no se ha investigado mucho.
El resultado transmite poco, es anodino, y no aporta calidez (en el caso de nuestros hogares) ni el espíritu de la marca (en el caso de los negocios). Por eso siempre recomiendo abstraerse de las modas. Hacer un esfuerzo por cerrar las revistas de decoración y los sitios webs que te dicen lo que se lleva este año.
Afrontémoslo. Como sociedad, tenemos un comportamiento consumista patológico. Y eso se traslada muchas veces a los interiores, que se llenan de objetos de lo más insospechado. Muchas veces producidos en masa, sin calidad estética ni material, que caducan rápido porque están diseñados para que así sea y sigamos haciendo girar la rueda del consumo.
Una buena práctica es elegir bien los objetos decorativos que vamos a usar, y apostar por elementos que se producen fuera de las grandes cadenas de montaje. Hablo de artesanías, pero no solo. También hay objetos de pequeñas tiradas, o elementos restaurados con una segunda vida. Apostar por esos objetos nos permitirá transferir al espacio cada una de sus historias.
Querer combinarlo todo en base a uno o dos colores tampoco es buen plan. Hacer que los muebles se conjunten con las cortinas, con los tejidos de un sofá o con todo tipo de elementos empobrece el espectro de materiales, texturas y colores. Como siempre, hay mucho margen entre vivir en un cuadro suprematista de Malevich y vivir en un mural de Diego Rivera. No sé si me explico.
Lo importante es entender que el uso del color, como el de las texturas y los materiales, debería responder a un motivo. Una buena combinación de colores da armonía a los espacios y permite crear ambientes cómodos, que se adaptan bien a la luminosidad del espacio y a sus usos. El minismalismo tiene grandes ventajas. Pero la reducción por la reducción no lleva a ninguna parte.
Se oye mucho eso de que una persona vive en un espacio masculino o en un espacio femenino. O que esta diseñadora o este diseñador tienen un estilo masculino o femenino. Sinceramente, no creo que exista un género en cuanto al interiorismo. No creo que deba existir.
Es un error distinguir habitaciones para niños y para niñas, basándonos en el mito de que el color define el género. En una sociedad cada vez más abierta y comprometida con la igualdad, nadie debería pertenecer a un color. En otras palabras, todo el mundo puede ser azul, púrpura o magenta.
¿A qué me refiero? A aquellos letreros, letras en 3d, vinilos, etc., que estuvieron tan de moda (y ya no lo están) colocados en las paredes para recordarnos algún tipo de mensaje profundo que no deberíamos olvidar. Al final, el espacio se convertía en un libro de autoayuda, pero de los malos. De los que caducan rápido. Y a nadie le gusta vivir en un libro de esos.
Otra variante eran los letreros, carteles o piezas publicitarias en otros idiomas (generalmente en inglés) que nos transportaban a otros lugares completamente ajenos.
Que no se me entienda mal. No tengo nada en contra de que alguien decore sus espacios con cartelería de pasta italiana o una silueta de la ciudad de Nueva York si esos objetos tienen algún significado para esas personas. Pero la mayoría de las veces son solo ruido visual, y se ponen en las paredes porque era lo que había en la tienda, sin más.
Hay un verdadero problema con el tema de los cuadros en muchos de los proyectos que me muestran. A menudo esos cuadros están ahí solamente para llenar el espacio, sin un objetivo claro, sin una temática concreta. Un cuadro no aporta nada si no es interesante, si no es valioso. Y cuando digo valioso no me refiero a un valor económico necesariamente. Un cuadro valioso puede ser la acuarela que compraste a un artista de calle en un viaje, y que te traerá recuerdos cuando lo veas, o una fotografía de tu hijo.
También suele haber un problema con la colocación de los cuadros. No hay por qué colgarlos siempre. Dependiendo del espacio, los cuadros también pueden simplemente apoyarse. Y en cuanto a la agrupación, no hay por qué alinearlos siempre. Existen multitud de maneras de colocar cuadros, y valorar cada opción es el camino para encontrar la forma que dé verdadero valor a nuestro espacio.
Otra tendencia equivocada, si no hay un estudio lumínico por medio, es la de multiplicar los puntos de luz. Es cierto que la cuestión de la iluminación es compleja, porque hay que tener en cuenta multitud de variantes: altura, inclinación y color de los techos, color de las paredes y otras superficies de rebote, uso de la estancia, etc. No es lo mismo la iluminación de una sala de trabajo o de una oficina que la de una tienda. E incluso en nuestras casas, no debería ser igual la iluminación de nuestro dormitorio que la de la sala de estar. Y no me refiero solo a la temperatura de la luz (más cálida o más fría). También es común colocar luminarias centradas en relación al espacio, sin tener en cuenta dónde se va a necesitar mayor aporte lumínico en función de los usos.
Reconozco que me encanta investigar espacios realizados cuando la profesión de interiorista no existía o era, simplemente, ultraminoritaria. Hablo de casas y locales de hace 40 años. En la mayoría de casos veo una enorme sensibilidad y armonía colocando elementos diferentes. Hoy, sin embargo, hemos perdido esa capacidad de combinación en la mayoría de los casos. Por eso tiramos del recurso fácil de igualar materiales.
Esto es particularmente visible en el caso de los rodapiés. Los forzamos para que sean del mismo material y color que el pavimento. Sobre todo en cuanto a los pavimentos cerámicos. Pero ¿es realmente necesario? La verdad es que no.
Además, en el caso de rodapiés cerámicos, muchas veces son incluso más caros que el propio pavimento. Lo cierto es que existen otras opciones, más apropiadas y generalmente más baratas, como la madera pintada.
Una variante del punto 3 de este decálogo de errores es pintar cada espacio de un color, solo por no repetirse, buscando combinaciones que, al final, son difíciles de encajar. O la tendencia, que también existe, de pintar, en un mismo espacio, dos paredes de un color y las otras dos de otro.
Como siempre, la pauta aquí debería ser aplicar el color de manera racional. El color de un espacio debe aplicarse teniendo en cuenta los usos que se le van a dar y el resto de elementos que van a conformarlo: iluminación, mobiliario, pavimentos, etc.
Si quieres aplicar un color diferente en un punto, mi recomendación es que primero pintes todo del mismo color y, después, en función de estas variantes, apliques el color puntual.
La decoración es una disciplina compleja, que va más allá de colocar objetos a diestro y siniestro para hacer que un espacio sea diferente del anterior. Necesitamos un estudio previo, capaz de responder a tres preguntas:
¿Qué es lo que quiero hacer?
¿Cuál es el objetivo de colocar este elemento?
¿Este objeto/color/textura contribuye al objetivo o va a convertirse en un elemento anodino y sin valor?
Estas tres preguntas son una excelente guía para no caer en las tentaciones de las modas que interiorizamos de revistas, programas y sitios web de decoración. Debemos entender la decoración como la fórmula para dotar a nuestros espacios de elementos que los humanicen y los hagan nuestros, y no como un proceso de acumulación de cachivaches que compramos sin saber muy bien por qué. Esto es lo más importante de todo. Es tu espacio, así que decóralo para ti, de manera que tenga sentido para ti, y no porque esto o aquello sea tendencia.
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